Thursday, January 30, 2014

Sobre Jose Emilio Pacheco, In Memoriam

                     
Presenté a José Emilio Pacheco en Horas de Junio en Hermosillo, México en 2006.

     SOBRE JOSÉ EMILIO PACHECO

El arte de José Emilio Pacheco --desde los primeros poemas que conocí, cuando de joven poeta hojeaba las librerías de Nueva York, hasta los últimos que leí de Siglo Pasado (Desenlace), ahora mas maduro y amigo del poeta festejado-- se caracteriza por la palabra transparente.  En forma, sintaxis, ritmo al andar, nuestros colegas que exigen la característica dominante de la obra del maestro ya pueden relajarse y no poner más atención a mis comentarios.  Sin embargo es una lástima, esta supuesta necesidad de catalogar, de armar un poeta como si fuera un librero ya hecho comprado en piezas de la tienda,  sacado de su caja.  José Emilio—como todos los grandes poetas—sí tiene un estilo, una huella única; pero nos equivocamos si pensamos que hemos logrado destilar tarde o temprano esta obra en una frase, un punto.

¿Como festejar a José Emilio? Me acerco a su obra con algunos nervios expuestos.  José Emilio fue el padrino de mi bautizo como poeta de la lengua española.  Sin su apoyo nunca hubiese llegado a tener un lugar en la mesa principal de la boda donde Ramón López Velarde y Octavio Paz, Xavier Villarutia y Carlos Pellicer, entre otros maestros mexicanos fuesen los primeros invitados.  ¿Y quién iba a casarse con el inmigrante Indran sino su novia, el idioma español, en la versión mexicana que me regaló José Emilio, pulida, flexible, llena de ideas e historias (porque su poesía es también narrativa).

Ahora me encuentro a su lado en este acto público de reconocimiento cuando mi estancia en México está a punto de terminar, viajero otra vez en búsqueda de esencias.  Las he encontrado en México, “cierta gente,/puertos, bosques, desiertos, fortalezas/una ciudad deshecha, gris, monstruosa/varias figuras de su historia,/montañas/---y tres o cuatro ríos.”

Alastair Reid recitó su versión de “Alta Traición” cuando lo invité a presentar sus traducciones en un recital en el sucursal del barrio chino de la Biblioteca Pública de Nueva York.  Ahí organicé presentaciones en los principios de los noventa.  Reid eligió tres poemas de Jorge Luis Borges, de Pablo Neruda y de José Emilio Pacheco.  Añadió unos de Diario de Muerte de Enrique Lihn.  De toda la vasta obra de poesía escrita en español que había traducido a lo largo de su carrera, eligió estos poetas.  Te queremos mucho José Emilio, también al otro lado.

No me atrevo a abarcar toda la vasta obra del poeta esta noche.  Para preparar estas palabras, he releído muchos poemas pero como lector ocioso, disfrutando algunos docenas de veces, sin apuro.  Leerlo todo seria una lectura equivocada de Tarde o Temprano—la recopilación de los poemarios editados entre 1958 y 2000 por el Fondo de Cultura Económica.  Su obra es como el mar o las estrellas, el amor y la nostalgia, uno nunca llega a digerir todo lo que quiere darnos el poeta. ¿Es posible encerrar el océano en una bolsa y enterrarlo en el sótano de la tierra, olvidarlo ahí y seguir con tu vida como si nunca más fueras a necesitar bañarte en su sal originaria?  Los poemas de JEP me llevan a esta pregunta retórica, imposible.

                        LA ARENA ERRANTE

Los misteriosos médanos cambiaban
de forma con el viento.
Me parecían las nubes que al derrumbarse por tierra
se transformaban en arena errante.
De mañana jugaba en esas dunas sin forma.
Al regresar por la tarde
ya eran diferentes y no me hablaban.

Cuando soplaba el Norte hacían estragos en casa.
Lluvia de arena como el mar del tiempo.
Lluvia de tiempo como el mar de arena.
Cristal de sal la tierra entera inasible.
Viento que se filtraba entre los dedos.
Horas en fuga, vida sin retorno.
Médanos nómadas.

Al fin plantaron
las casuarinas para anclar la arena.
Ahora dicen: “Es un mal árbol.
Destruye todo.”
Talan las casuarinas.
Borran los médanos.

Y a la orilla del mar que es mi memoria
sigue creciendo el insaciable desierto.


El epígrafe de La Arena Errante dice “otro poema de Veracruz.”  Sé que el poeta descansa, juega, busca soledad ahí cada año durante semanas o meses.  Igual que en Maryland donde enseña un semestre cada invierno/primavera en la universidad estatal.  JEP tiene sus retiros, sus cabañas donde hechiza sus versos.  He conocido otro Veracruz, en Isla Negra donde Neruda espíaba el mar con su telescopio y buscaba anclas y algas marinas y otras joyas de las mareas.  He visitado a Nicanor Parra en las Cruces,  al lado del mismo Océano Pacifico.  Y ahora comulgo con JEP, el otro poeta del mar escogido esa noche por Alastair Reid.  Lo elijo con todas mis todas mis agallas porque cuando entro en sus aguas emerjo purificado; me levanto en un estado de gracia por la sabiduría encontrado ahí, la enseñanza de un hombre que ha vivido con las mareas y el insaciable desierto del tiempo pero ha sobrevivido haciendo metáforas transparentes como si estuviera tallando piedra y mármol finos como el vidrio.  En la isla de Pascua han desaparecido los artesanos, pero los monumentos se quedan.  Miguel Ángel murió, la Capilla Sixtina sigue dando luz.  Contemplemos “Edades” de JEP:
                        EDADES
Llega un triste momento de la edad
en que somos tan viejos como los padres.
Y entonces se descubre en un cajón olvidado
la foto de la abuela a los catorce años.

¿En dónde queda el tiempo, en dónde estamos?
Esa niña
que habita en el recuerdo como una anciana,
muerta hace medio siglo,
es en la foto nieta de su nieto,
la vida no vivida, el futuro total,
la juventud que siempre se renueva en los otros.
La historia no ha pasado por ese instante.
Aún no existen las guerras ni las catástrofes
y la palabra muerte es impensable.

Nada se vive antes ni después.
No hay conjugación en la existencia
más que el tiempo presente.
En él yo soy el viejo
y mi abuela es la niña.


Una niña encantadora, abuela ya muerta, el poeta viejo, el poeta antes del inicio de las guerras y las catástrofes—las figuras de este poema son lúdicas; bromean con el lector y el tiempo.  Estamos aquí presentes ante ustedes. ¿Pero quiénes somos? ¿Dos viejos poetas? ¿Un poeta niño y otro viejo, maestro y alumno, mexicano y srilankés, “en dónde queda el tiempo, en dónde estamos?”

El tiempo linear es el blanco de muchos poemas.  Pienso en los “Cuatro Cuartetos” del poeta estadounidense T.S. Eliot: “Time Present. Time Past. Time Future,”---en el viejo Borges esgrimiendo una espada ante los espejos.  Es un gran tema: la elasticidad, las ilusiones,  las certezas dudosas del paso del tiempo.   Y JEP vuelve a tratarlo casi de manera obsesiva. En el mismo La Arena Errante que nos regala el poema del titulo y Edades, encontré esta joya triste :
            NIÑOS Y ADULTOS

A los diez años creía
que la tierra era de los adultos.
Podían hacer el amor, fumar, beber a su antojo,
ir adonde quisieran.
Sobre todo, aplastarnos con su poder indomable.

Ahora sé por larga experiencia el lugar común:
en realidad no hay adultos,
sólo niños envejecidos.

Quieren lo que no tienen:
el juguete del otro.
Sienten miedo de todo.
Obedecen siempre a alguien.
No disponen de su existencia.
Lloran por cualquier cosa.

Pero no son valientes como lo fueron a los diez años:
lo hacen de noche y en silencio y a solas.

Ese último hermoso verso—que lleva el andar, el ritmo de los versos clásicos, de “esa ansiosa y breve cosa que es la vida” para citar un ritmo similar del poeta-imán Borges—me hace llorar y sentir toda la tragedia que forma parte de la vida humana y alimenta su poesía.  En “Dichterliebe”, alemán para una canción alegre, JEP dice “la poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento”.   En “Ultima Fase” “ningún imperio puede/durar mil años.” Y en “No me preguntes cómo pasa el tiempo”

Al lugar que fue nuestro llega el invierno
y cruzan por el aire las bandadas que emigran.
Después renacerá la primavera,
revivirán las flores que sembraste.
Pero en cambio nosotros
ya nunca más veremos
la casa entre la niebla.

Nunca más veremos la casa entre la niebla, esa esquina que cruzamos de niño, ese país lleno de jacarandaes y jazmines, flores del templo.  La nostalgia y la perdida son el pan y la mantequilla de tanta poesía.  ¿Qué es distintivo en el trato del tema en la obra de JEP?  

 Fácil señalar su sentido de humor, de reírse consigo mismo y con sus lectores.  Claro, podría venir del subconciencia mexicana este talento de JEP,  o podría formar parte de un escudo para proteger su ego del aprecio del mundo.

            HIENAS


En las ruinas de lo que fue hasta el siglo veinte la Ciudad de
México,
cerca de una gran plaza que llamaban el Zócalo,
me salió al paso una manada de hienas.

Desde hace un mes nos quedamos sin ratas
o, para ser más precisos,
nosotros somos ahora las ratas
pues nos alimentamos de su pelambre y su carne.

A las hienas les ofendió mi olor y repudiaron mi aspecto.
En vez de atacarme
dieron la vuelta.
De lejos me observaron con gran desprecio.


Pero en “A Través De Los Siglos” JEP nos da la posibilidad de recuperar lo que está
perdido, encontrarlo de nuevo un siglo después de su aparente desaparición.


Lo posmoderno ya se ha vuelto preantiguo.
Todo pasó.”Eres muy siglo veinte,”
me dice la muchacha del 2001.

Le contesto que no: soy el más atrasado.
En mi penoso ascenso por el correr de los años
ya estoy deshecho y con la lengua de fuera
y aún no he llegado al piso XIX,
donde me aguarda,
de cuello duro y con bombín y leontina,

nuestro señor 1904.


Déjenme vestirlo esta noche con sus propios bombines y leontinas.  Me permito sacudir sus poemas de tanto polvo desértico o acumulado en los sótanos de nuestros corazones, para contradecir sus propios argumentos.  Sí, las hienas nos ven con cierto desprecio pero andamos todavía en la tierra, de bombines y leontinas, gruesas gafas, escudos armados con humildad y el arte de reírse de uno mismo.

José Emilio Pacheco, me bañaste con aguas eternas.  Alta Traición merece su lugar al lado de “Suave Patria,” “Piedra de Sol,” poemas fundamentales mexicanos.  ¿Pero cómo escoger un solo poema, destilar todo lo que me ha enseñado en unos versos?  Hay que leer Tarde o Temprano, de manera ociosa, degustando cada poema como un alimento raro, fino.  Y no hagas tanto caso a las ironías transparentes del maestro José Emilio Pacheco. Dice en

CAMINO DE IMPERFECCION
En tantísimos años sólo llegué a conocer de mí mismo
la cruel parodia, la caricatura insultante
--y nunca pude hallar el original ni el modelo.


Y termina el libro con este tour de force  que debe ser incluido en una antología universal de poemas sobre mortalidad e inmortalidad, donde “William Yeats is laid to rest”, donde Neruda está cansado de ser hombre, y JEP se despide al fin de un siglo:

DESPEDIDA

Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.



 No hay fines impecables.  La tierra anda todavía en 2006, con más gracia en sus versos, más luz, más humor entrañable por la poesia de José Emilio Pacheco.