Presenté a José Emilio Pacheco en Horas de Junio en
Hermosillo, México en 2006.
SOBRE JOSÉ
EMILIO PACHECO
El arte de José Emilio Pacheco --desde los primeros poemas que conocí,
cuando de joven poeta hojeaba las librerías de Nueva York, hasta los últimos
que leí de Siglo Pasado (Desenlace),
ahora mas maduro y amigo del poeta festejado-- se caracteriza por la palabra
transparente. En forma, sintaxis, ritmo al
andar, nuestros colegas que exigen la característica dominante de la obra del
maestro ya pueden relajarse y no poner más atención a mis comentarios. Sin embargo es una lástima, esta supuesta necesidad
de catalogar, de armar un poeta como si fuera un librero ya hecho comprado en
piezas de la tienda, sacado de su
caja. José Emilio—como todos los grandes
poetas—sí tiene un estilo, una huella única; pero nos equivocamos si pensamos
que hemos logrado destilar tarde o temprano esta obra en una frase, un punto.
¿Como festejar a José Emilio? Me acerco a su obra con algunos nervios
expuestos. José Emilio fue el padrino de
mi bautizo como poeta de la lengua española.
Sin su apoyo nunca hubiese llegado a tener un lugar en la mesa principal
de la boda donde Ramón López Velarde y Octavio Paz, Xavier Villarutia y Carlos
Pellicer, entre otros maestros mexicanos fuesen los primeros invitados. ¿Y quién iba a casarse con el inmigrante
Indran sino su novia, el idioma español, en la versión mexicana que me regaló
José Emilio, pulida, flexible, llena de ideas e historias (porque su poesía es
también narrativa).
Ahora me encuentro a su lado en este acto público de reconocimiento
cuando mi estancia en México está a punto de terminar, viajero otra vez en búsqueda
de esencias. Las he encontrado en México,
“cierta gente,/puertos, bosques, desiertos, fortalezas/una ciudad deshecha,
gris, monstruosa/varias figuras de su historia,/montañas/---y tres o cuatro
ríos.”
Alastair Reid recitó su versión de “Alta Traición” cuando lo invité a
presentar sus traducciones en un recital en el sucursal del barrio chino de la
Biblioteca Pública de Nueva York. Ahí
organicé presentaciones en los principios de los noventa. Reid eligió tres poemas de Jorge Luis Borges,
de Pablo Neruda y de José Emilio Pacheco.
Añadió unos de Diario de Muerte
de Enrique Lihn. De toda la vasta obra
de poesía escrita en español que había traducido a lo largo de su carrera,
eligió estos poetas. Te queremos mucho
José Emilio, también al otro lado.
No me atrevo a abarcar toda la vasta obra del poeta esta noche. Para preparar estas palabras, he releído
muchos poemas pero como lector ocioso, disfrutando algunos docenas de veces,
sin apuro. Leerlo todo seria una lectura
equivocada de Tarde o Temprano—la
recopilación de los poemarios editados entre 1958 y 2000 por el Fondo de
Cultura Económica. Su obra es como el
mar o las estrellas, el amor y la nostalgia, uno nunca llega a digerir todo lo que
quiere darnos el poeta. ¿Es posible encerrar el océano en una bolsa y
enterrarlo en el sótano de la tierra, olvidarlo ahí y seguir con tu vida como
si nunca más fueras a necesitar bañarte en su sal originaria? Los poemas de JEP me llevan a esta pregunta
retórica, imposible.
LA ARENA ERRANTE
Los
misteriosos médanos cambiaban
de forma
con el viento.
Me parecían
las nubes que al derrumbarse por tierra
se
transformaban en arena errante.
De mañana
jugaba en esas dunas sin forma.
Al regresar
por la tarde
ya eran
diferentes y no me hablaban.
Cuando
soplaba el Norte hacían estragos en casa.
Lluvia de
arena como el mar del tiempo.
Lluvia de
tiempo como el mar de arena.
Cristal de
sal la tierra entera inasible.
Viento que
se filtraba entre los dedos.
Horas en
fuga, vida sin retorno.
Médanos
nómadas.
Al fin
plantaron
las
casuarinas para anclar la arena.
Ahora
dicen: “Es un mal árbol.
Destruye
todo.”
Talan las
casuarinas.
Borran los
médanos.
Y a la
orilla del mar que es mi memoria
sigue
creciendo el insaciable desierto.
El epígrafe de La Arena Errante dice “otro poema de Veracruz.” Sé que el poeta descansa, juega, busca
soledad ahí cada año durante semanas o meses.
Igual que en Maryland donde enseña un semestre cada invierno/primavera
en la universidad estatal. JEP tiene sus
retiros, sus cabañas donde hechiza sus versos.
He conocido otro Veracruz, en Isla Negra donde Neruda espíaba el mar con
su telescopio y buscaba anclas y algas marinas y otras joyas de las
mareas. He visitado a Nicanor Parra en
las Cruces, al lado del mismo Océano
Pacifico. Y ahora comulgo con JEP, el
otro poeta del mar escogido esa noche por Alastair Reid. Lo elijo con todas mis todas mis agallas
porque cuando entro en sus aguas emerjo purificado; me levanto en un estado de
gracia por la sabiduría encontrado ahí, la enseñanza de un hombre que ha vivido
con las mareas y el insaciable desierto del tiempo pero ha sobrevivido haciendo
metáforas transparentes como si estuviera tallando piedra y mármol finos como el
vidrio. En la isla de Pascua han
desaparecido los artesanos, pero los monumentos se quedan. Miguel Ángel murió, la Capilla Sixtina sigue
dando luz. Contemplemos “Edades” de JEP:
EDADES
Llega un
triste momento de la edad
en que
somos tan viejos como los padres.
Y entonces se
descubre en un cajón olvidado
la foto de
la abuela a los catorce años.
¿En dónde
queda el tiempo, en dónde estamos?
Esa niña
que habita
en el recuerdo como una anciana,
muerta hace
medio siglo,
es en la
foto nieta de su nieto,
la vida no
vivida, el futuro total,
la juventud
que siempre se renueva en los otros.
La historia
no ha pasado por ese instante.
Aún no
existen las guerras ni las catástrofes
y la
palabra muerte es impensable.
Nada se
vive antes ni después.
No hay
conjugación en la existencia
más que el
tiempo presente.
En él yo
soy el viejo
y mi abuela
es la niña.
Una niña encantadora, abuela ya muerta, el poeta viejo, el poeta antes
del inicio de las guerras y las catástrofes—las figuras de este poema son
lúdicas; bromean con el lector y el tiempo.
Estamos aquí presentes ante ustedes. ¿Pero quiénes somos? ¿Dos viejos
poetas? ¿Un poeta niño y otro viejo, maestro y alumno, mexicano y srilankés,
“en dónde queda el tiempo, en dónde estamos?”
El tiempo linear es el blanco de muchos poemas. Pienso en los “Cuatro Cuartetos” del poeta
estadounidense T.S. Eliot: “Time Present. Time Past. Time Future,”---en el
viejo Borges esgrimiendo una espada ante los espejos. Es un gran tema: la elasticidad, las
ilusiones, las certezas dudosas del paso
del tiempo. Y JEP vuelve a tratarlo
casi de manera obsesiva. En el mismo La
Arena Errante que nos regala el poema del titulo y Edades, encontré esta joya
triste :
NIÑOS Y ADULTOS
A los diez
años creía
que la
tierra era de los adultos.
Podían
hacer el amor, fumar, beber a su antojo,
ir adonde
quisieran.
Sobre todo,
aplastarnos con su poder indomable.
Ahora sé
por larga experiencia el lugar común:
en realidad
no hay adultos,
sólo niños
envejecidos.
Quieren lo
que no tienen:
el juguete
del otro.
Sienten
miedo de todo.
Obedecen
siempre a alguien.
No disponen
de su existencia.
Lloran por
cualquier cosa.
Pero no son
valientes como lo fueron a los diez años:
lo hacen de
noche y en silencio y a solas.
Ese último hermoso verso—que lleva el andar, el ritmo de los versos
clásicos, de “esa ansiosa y breve cosa que es la vida” para citar un ritmo
similar del poeta-imán Borges—me hace llorar y sentir toda la tragedia que
forma parte de la vida humana y alimenta su poesía. En “Dichterliebe”, alemán para una canción
alegre, JEP dice “la poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento”. En “Ultima Fase” “ningún imperio puede/durar
mil años.” Y en “No me preguntes cómo pasa el tiempo”
Al lugar
que fue nuestro llega el invierno
y cruzan
por el aire las bandadas que emigran.
Después
renacerá la primavera,
revivirán
las flores que sembraste.
Pero en
cambio nosotros
ya nunca
más veremos
la casa
entre la niebla.
Nunca más veremos la casa entre la niebla, esa esquina que cruzamos de
niño, ese país lleno de jacarandaes y jazmines, flores del templo. La nostalgia y la perdida son el pan y la
mantequilla de tanta poesía. ¿Qué es
distintivo en el trato del tema en la obra de JEP?
Fácil señalar su sentido de
humor, de reírse consigo mismo y con sus lectores. Claro, podría venir del subconciencia
mexicana este talento de JEP, o podría
formar parte de un escudo para proteger su ego del aprecio del mundo.
HIENAS
En las ruinas de lo que fue hasta el siglo veinte la Ciudad de
México,
cerca de
una gran plaza que llamaban el Zócalo,
me salió al
paso una manada de hienas.
Desde hace
un mes nos quedamos sin ratas
o, para ser
más precisos,
nosotros
somos ahora las ratas
pues nos
alimentamos de su pelambre y su carne.
A las
hienas les ofendió mi olor y repudiaron mi aspecto.
En vez de atacarme
dieron la
vuelta.
De lejos me
observaron con gran desprecio.
Pero en “A Través De Los Siglos” JEP nos da la posibilidad de recuperar
lo que está
perdido,
encontrarlo de nuevo un siglo después de su aparente desaparición.
Lo
posmoderno ya se ha vuelto preantiguo.
Todo
pasó.”Eres muy siglo veinte,”
me dice la
muchacha del 2001.
Le contesto
que no: soy el más atrasado.
En mi
penoso ascenso por el correr de los años
ya estoy
deshecho y con la lengua de fuera
y aún no he
llegado al piso XIX,
donde me
aguarda,
de cuello
duro y con bombín y leontina,
nuestro
señor 1904.
Déjenme vestirlo esta noche con sus propios bombines y leontinas. Me permito sacudir sus poemas de tanto polvo
desértico o acumulado en los sótanos de nuestros corazones, para contradecir
sus propios argumentos. Sí, las hienas
nos ven con cierto desprecio pero andamos todavía en la tierra, de bombines y
leontinas, gruesas gafas, escudos armados con humildad y el arte de reírse de
uno mismo.
José Emilio Pacheco, me bañaste con aguas eternas. Alta Traición merece su lugar al lado de
“Suave Patria,” “Piedra de Sol,” poemas fundamentales mexicanos. ¿Pero cómo escoger un solo poema, destilar
todo lo que me ha enseñado en unos versos?
Hay que leer Tarde o Temprano,
de manera ociosa, degustando cada poema como un alimento raro, fino. Y no hagas tanto caso a las ironías
transparentes del maestro José Emilio Pacheco. Dice en
CAMINO DE IMPERFECCION
En tantísimos años sólo llegué a conocer de mí mismo
la cruel parodia, la caricatura insultante
--y nunca pude hallar el original ni el modelo.
Y termina el libro con este tour de force que debe ser incluido en una antología
universal de poemas sobre mortalidad e inmortalidad, donde “William Yeats is
laid to rest”, donde Neruda está cansado de ser hombre, y JEP se despide al fin
de un siglo:
DESPEDIDA
Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.
No hay
fines impecables. La tierra anda todavía
en 2006, con más gracia en sus versos, más luz, más humor entrañable por la poesia de José Emilio Pacheco.
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