Hay poemas que uno esconde en un poemario. Pertencen los textos a la colección pero les da al autor un poco de vergüenza. Son intimos de manera reveladora. No son ejercicios de genio ni observaciones abrumadoras sobre la realidad familiar o la salud del planeta. Importan por un ritmo, una destilación de una experiencia que si no hubiera encontrado su poema hubiera roido el alma, molestado los sueños. Asi es este poema del libro El Hombre que Recoge Nidos.
EN EL PATIO DE RECREO
Se llamaba Carroll, me llamaba
sambo, su nombre era Zago,
era hijo de un italiano pero
me nombraba sin nombre
con mi apellido de catorce
letras, me cortaron diez,
me llamaban Amir, era feliz
al menos olvidaban nigger.
Eran mis compañeros
de la primaria, no sabían nada,
gordos y enrojecidos como
frutas maduras, se derramaban
en su ropa, no tenían buenos
modales, les había regalado
la aduana un hindú para que
supiesen el misterio del continente
perdido por sus padres y madres
con los nombres imposibles,
sus anillos en la nariz, hijos e hijas
en el patio de recreo y aprendizaje.
Indran Amirthanayagam, derechos reservados, del poemario
El Hombre que Recoge Nidos (Resistencia/CONARTE, México, 2005)
EN EL PATIO DE RECREO
Se llamaba Carroll, me llamaba
sambo, su nombre era Zago,
era hijo de un italiano pero
me nombraba sin nombre
con mi apellido de catorce
letras, me cortaron diez,
me llamaban Amir, era feliz
al menos olvidaban nigger.
Eran mis compañeros
de la primaria, no sabían nada,
gordos y enrojecidos como
frutas maduras, se derramaban
en su ropa, no tenían buenos
modales, les había regalado
la aduana un hindú para que
supiesen el misterio del continente
perdido por sus padres y madres
con los nombres imposibles,
sus anillos en la nariz, hijos e hijas
en el patio de recreo y aprendizaje.
Indran Amirthanayagam, derechos reservados, del poemario
El Hombre que Recoge Nidos (Resistencia/CONARTE, México, 2005)
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